lunes, 19 de enero de 2009

Domingo de río.

Uno de los brazos del Limay corre frente a mí.
Digo corre porque puede verse en la superficie la fuerza de este agua clara, verde esmeralda en combinación con el sol que golpea la mañana.
Clavo la vista ahí, en un delimitado sector del río. En esas ondas que no paran, no terminan. Son contínuas. Más. Siguen pasando. Nunca culminan su recorrido. Es misterioso... no?
El sonido que me envuelve esta compuesto de la brisa entre los árboles que bordean lo extenso de las costas, las charlas de algunos pájaros, el suave deslizamiento del agua sobre su fondo de piedras redondas y coloridas.
Focalizo mi visión aún más en el punto que me concentra e imagino: me incorporo, me desvisto por completo y me adentro en esa masa fresca que me va cubriendo de a poco.
Al llegar a la mitad del río me detengo, extiendo mis brazos, como queriendo abarcar ambas orillas y en cámara lenta me dejo caer hasta quedar mirando el cielo impecable. Y me voy con el río, que ahora me muestra su verdadera voz, la que está dentro de él. Potente, furiosa, milenaria. Floto. Mi mente también flota y en ella recuerdos y pensamientos.
Es un estado maravilloso. Ojalá pudiera traer a otros conmigo. Seríamos como un cardumen silencioso y flotador en un viaje sin trayecto. El azar de las corrientes nos llevaría, vaya uno a saber a qué destino.
Sil.

miércoles, 14 de enero de 2009

Más fotos de la vida por acá.




Que tengan un gran año.