lunes, 8 de septiembre de 2008

Tierra sin fin, cielo inagotable...

“Vamos, Morocha!”, arenga mi gaucho a su yegua en doble de baja y bloqueo 100 % (terminología típica del universo del 4x4).
Me agarro con fuerza a una de las manijas que sobresale en la parte superior de la puerta y miro atenta ese camino apenas marcado por un viejo surco, vaya a saber uno por quién realizado... y por qué en ese lugar, tan alejado de todo... Un camino en medio de ese terreno de tierra volcánica que se va deshaciendo a nuestro paso. Un sendero que varía inexplicablemente de amarillo a naranja y luego se convierte en violeta. Repleto de conchillas. Esto fue habitado por el agua...
La superficie hace pensar en un escenario de algún gran estudio de cine, donde un director pretencioso planea su mejor film de ciencia ficción.
Desde acá arriba, sobre estas montañas arenosas, la tierra parece una mezcla viscosa que alguien derramó a gran altura y al caer dibujó estas formas. Como si antes de ser planeta esto hubiese sido parte de una receta de un bizcochuelo.
Sergio, piloto de la tropilla, tenía delineado el camino, impecablemente. Fanático estudioso del Google Earth, durante la semana había cumplido con su tarea de reconocimiento y elección de rutas. Un trabajo creativo de percepción, coherencia e intuición.
Como su copiloto delaté alpataco que se nos puso enfrente, alenté su espíritu cuando se complicaba encontrar la senda planeada y tomé las mejores imágenes que pude para atestiguar la increíble travesía.
Ver su cara, bronceada por el viento. Feliz, por la extensión de este suelo que alimenta el sentimiento de libertad en la piel, en los brazos, que casi se alzan solos buscando el aire...
Sobre esta montaña neuquina me siento y sólo me queda agradecer.
Sil




Bandurrias. A 100 Kms. de Neuquén.























lunes, 1 de septiembre de 2008

Esos que siempre estarán.

Ver el mar, otra vez. Me movilizó mucho.
Hacía más de un año que no tenía su contacto.
El día estaba claro y los médanos invitaban a mirar lejos, lo más lejos que la vista alcance a divisar y quedarse ahí... Perderse.
La Bahía de San Blas tiene un pueblito marítimo que vive de los pescadores que lo visitan. Es pequeño y tranquilo en esta época de año.
Carteles a lo largo de sus calles avisan que es posible conseguir ostras en él.
Llegamos a la zona de la costa donde toda la familia a la que acompaño reconoce casi como propia esa arena.
Don Fila es tan admirado y querido estos días como cuando recorría esa orilla.
No hay palabras. Todos caminamos en la misma dirección. Hablamos con nosotros mismos. Aún los nietos, respetuosos y amorosamente silenciosos.
No lo conocí. Sé de su gran parecido físico y ético con su hijo mayor, mi Gigante, por las fotos y las historias que lo atestiguan.
Las flores vuelan. Es una ofrenda que esas manos que son su simiente liberan al aire con la fuerza de la sangre y la de la añoranza.
No es tu playa, Fede, pero esa flor también va por el agua hasta tu amor.

Sil.