domingo, 24 de mayo de 2009

El viento trae otra crónica.

El viento castiga, otra vez, esta ciudad en medio de un desierto. La gente lo odia.
Las bardas rojizas que rodean Neuquén se deshacen y se montan sobre él volviendo el aire denso y difícil de respirar. No sirven de nada las pestañas. Duelen los ojos repletos de mugre. Y no es raro meter en algún pozo el pie distraído, por la atención puesta en las manos para que tapen algo de los peligros que traen las calles casi intransitables, tomadas por remolinos rojos.
A pesar de semejante panorama, calzo en el hombro el bolso que me regaló el gaucho para mi nuevo trabajo (feliz por alentarme tanto y verme aceptar el cargo, con miedo pero decidida) y me lanzo contra esta brisa descarriada.
Dejo la sala ordenada, a oscuras. En el parque quedó solitario el pobre espantapájaros que cuida la huerta que intentamos ver crecer. Podrá mantenerse en su estaca…?
Pensar que la última vez que había intentado ser maestra, me había tenido que ir pidiendo mil perdones a la comprensiva directora. No podía. No estaba preparada aún para lo que hoy disfruto tanto.
Ahora puedo concentrarme en la observación de cada uno de los chicos, en la búsqueda de las mejores didácticas, en la autocrítica como maestra y el esfuerzo por aplicar los cambios que sean necesarios. Hoy puedo responder al vínculo tan cercano que se genera en el jardín con los niños.

El vacío se pone cada vez más jugoso en el horno. Se nota por el aroma que inunda todo. Y el viento que no se cansa de atacar.
El gaucho puteará contra él de lo lindo cuando sea la hora de volver a casa. “Este viento culeao!”, lo enfrenta. Pero las ráfagas como látigos lo harán acobardarse pronto y buscar protección en la Morocha, que lo traerá hasta la puerta, como buena yegua sabedora del camino.

Sil.

martes, 5 de mayo de 2009

Sólo fotos.

Nos encantan las fotos y las compartimos con ustedes...