lunes, 1 de septiembre de 2008

Esos que siempre estarán.

Ver el mar, otra vez. Me movilizó mucho.
Hacía más de un año que no tenía su contacto.
El día estaba claro y los médanos invitaban a mirar lejos, lo más lejos que la vista alcance a divisar y quedarse ahí... Perderse.
La Bahía de San Blas tiene un pueblito marítimo que vive de los pescadores que lo visitan. Es pequeño y tranquilo en esta época de año.
Carteles a lo largo de sus calles avisan que es posible conseguir ostras en él.
Llegamos a la zona de la costa donde toda la familia a la que acompaño reconoce casi como propia esa arena.
Don Fila es tan admirado y querido estos días como cuando recorría esa orilla.
No hay palabras. Todos caminamos en la misma dirección. Hablamos con nosotros mismos. Aún los nietos, respetuosos y amorosamente silenciosos.
No lo conocí. Sé de su gran parecido físico y ético con su hijo mayor, mi Gigante, por las fotos y las historias que lo atestiguan.
Las flores vuelan. Es una ofrenda que esas manos que son su simiente liberan al aire con la fuerza de la sangre y la de la añoranza.
No es tu playa, Fede, pero esa flor también va por el agua hasta tu amor.

Sil.